Itaca en la mente

"Siempre ten a Itaca en tu mente; llegar allí es tu meta, pero no apresures el viaje. Es mejor que dure mucho, mejor anclar cuando estés viejo. Pleno con la experiencia del viaje..." Constantino Cavafis

lunes, septiembre 25, 2006

Amores perrunos

Manolo es un compañero de la piscina que debe andar por los 65 años. Es de una gentileza antigua, casi anacrónica y siempre está de buen humor. A veces su optimismo empalagoso me resultaba un poco molesto. Ahora ya no, porque supe algo que me hizo verlo con otros ojos. Resulta que este hombre perdió, recientemente, en menos de un año a su madre, a su hermana y a su hija de 21 años que murió de un tumor cerebral. Un día oí que lo comentaba como si tal cosa a otro compañero, quien en una conversación informal le preguntaba por su familia. Desde entonces lo veo con respeto. El respeto que se siente por alguien que ha sufrido de verdad. Así aprende uno a dimensionar sus propios problemas, pensé, que nos parecen demasiado grandes, pero que no son nada comparados con los de otros.
El mismo Manolo conversaba el otro día con otro compañero sobre sus mascotas y le contó una anécdota de su perrita, de raza vilstreet, como él jocosamente le llamó, que cuidaba su negocio. Cuando el animal estaba en celo, él dejaba entrar al patio al magnífico mastín de su vecino, un can negro imponente, para que le hiciera el amor a su perrita. Y lo hacían tranquilamente dos o tres veces. Luego la perrita se quedaba feliz a decir de su amo y ladraba de contento. Pero resulta que la perrita se enamoró del mastín. Y así, le dio por escapar e ir a echarse al pie del balcón donde estaba su enamorado, quien a su vez dejó de comer para lanzarle a su amada la comida. Manolo los veía y los dejaba estar. Pero el romance, como un Romeo y Julieta perruno, terminó en tragedia. Porque Manolo se fue de vacaciones y dejó al encargado al cuidado de su mascota; pero como suele suceder, partido el amo, nadie se ocupó de ella y se la llevaron los de la perrera. Cuando Manolo regresó de viaje intentó recuperarla, pero ya era demasiado tarde. La habían sacrificado.
Así, descubro que los animales (al menos los domésticos) no sólo tienen memoria, sino que también se enamoran entre ellos. Esto sí que me sorprendió.