Dulce despedida
Morelia fue como una despedida
hermosa, pero triste.
Callejeábamos y las piedras
de iglesias y conventos nos decían adiós
sin que todavía lo supiéramos.
Suspirábamos por nosotros mismos
sintiendo que éramos felices
y lo éramos sin saber que ese dejo
de amargura en nuestros ojos
contrastaba con nuestra sonrisa
de beatitud que ignoraba,
se negaba a reconocer en cada plaza
una muda y resignada despedida.
Éramos felices por ese presente
que ya casi no era nuestro
y se fugaba ante nuestros ojos
entre el barroco de la cantera rosa.
Sentíamos alegría por ver morir
juntos al año y por el nuevo que iniciaba
sin ver que a nuestros pies los caminos
de Morelia se separaban.
El azul infinito del cielo
en el que patinaba el amarillo
cansino del sol invernal
que nos acompañaba,
era el preámbulo de la partida
la postrer ceremonia
de una dulce despedida.
Callejeábamos diciéndonos adiós
y todavía no lo sabíamos.
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