Tango con cacerola y sin bandoleón
Noche de un martes caluroso en Buenos Aires recién entrado el otoño. Es el 25 de marzo, El servicio meteorológico anunciaba tormentas para la noche. Merienda en un café de la Avenida Santa Fe, frente a la hermosa librería El Ateneo. Suenan los primero truenos, pero no, parece más bien la incipiente celebración de una victoria de fútbol. Veamos, ¿qué equipo porteño no jugaba hoy? Acá hay fútbol un día sí y al otro también.
Lo que era un rumor se convierte en un ruido que va intensificando su ritmo. La gente pasa por la acera golpeando cacerolas y sartenes con cucharas, tenedores, cucharones y hasta bastones de polo.
El padre de una familia que cena en una mesa junto a madre e hija, pregunta “¿qué piden estos?”. Una mujer de unos 60 años, vestida con traje sastre de corte clásico y con un peinado de hongo impecable le contesta: “¡Qué van a pedir, que no nos jodan! Porque este gobierno nos está jodiendo a todos. A los del campo y también a nosotros”.
Se cumple la primera semana de un paro agrario que comienza a causar desabasto y encarecimiento de productos alimenticios en Buenos Aires. El día anterior los estudiantes argentinos, niños y jóvenes, iniciaron las clases tras las vacaciones del verano austral y las familias se encontraron las estanterías de supermercado semivacías o de plano sin productos en el caso de los lácteos. La carne, el sacrosanto bifé se ha ido esta vez por los cielos, pero sólo en el precio. Como turista uno no lo nota en los cafés y restaurantes, pero claro, uno no va al mandado.
El cabreo es mayúsculo.
Los parroquianos del café, la familia, la señora con su marido y nosotros (viajo con dos de mis tres hijos) salimos a la calle. Ellos van haciendo ruido con las palmas de la mano, nosotros filmamos y hacemos fotos. En unos minutos se ha juntado una pequeña multitud en la esquina de Callao y Santa Fe, que bien podría ser el cruce de Serrano y Goya en Madrid o de Mazaryk y Thiers en México, para que se den una idea de la zona, aunque definitivamente se parece mucho más a Madrid.
Salen de todos lados. Familias con niños pequeños; colegialas de uniforme, falda plisada a cuadros; grupos de adolescentes; abuelos y nietos se van juntando en la acera y como cada vez son más van ocupando el arroyo vehicular hasta cortar la circulación, primero en la Avenida Santa Fe y más al rato Callao. En estruendo comienza a ser ensordecedor. Me acuerdo de lo que me dijo José Vales, con quien cenamos junto con su esposa Analía el domingo en un restaurante de San Telmo y el lunes en su casa, una deliciosa parrillada con bife de chorizo y de lomo, queso provolone regada con vino de Mendoza y con mate, pese a los cortes carreteros de los agricultores. José me dijo: “Ojo, que esto se puede poner feo. Igual y a Cristina le pasa como a De la Rúa”.
Palabras de profeta, pensé al ver esta revolución espontánea. Así comenzó el principio del fin de Fernando de la Rúa, con una cacerolada espontánea a la que se unieron decenas de miles argentinos cabreados y hastiados. La tonta idea de reprimir a ciudadanos pacíficos incendió otra al día siguiente y al otro hasta que hubo muertos y el presidente de la Rúa tuvo que escapara en helicóptero y salir del país.
¿Estará la presidenta Cristina Fernández de Kirchner calcando a De la Rúa? Porque todo comenzó con un discurso desafortunado y prepotente que transmitió en cadena nacional para desacreditar al movimiento del campo. Un caso notable de ceguera intelectual. No encontré a nadie, en los diversos lugares de Buenos Aires y tampoco en el Calafate, en la Patagonia, un apacible pueblito donde la presidenta tiene su casa de verano, que no apoyara y comprendiera a los agricultores. No les llamo campesinos para no confundir con una especie de movimiento zapatista. En Argentina los agricultores ganan bien por lo general y también hay enormes empresarios del campo.
Su cabreo es porque de golpe y porrazo el gobierno les aumentó a 40% las retenciones de impuestos. Algo como para alegrar a cualquiera. Claro, no todos los países tienen el mismo temperamento. En México igual nadie dice nada y años después la gente sale a la calle y destruye todo porque sopla el viento. Es un decir. Los argentinos son más directos. Les tocas las pelotas y salen a la calle a sonar las cacerolas para hacértelo saber. Y eso fue lo que hizo la presidenta con su discurso: tocarles las pelotas.
Así que lo que parecía ser una expresión de cabreo de unos cuantos cientos se convirtió por arte de brirlibirloque en una manifestación de miles que bajaron por Santa Fe para unirse a otro grupo que estaba en el Obelisco, en Avenida 9 de julio (con 16 carriles y la más ancha del mundo según dicen en Buenos Aires) y de ahí seguir a la plaza de Mayo, el Zócalo Bonaerense, donde está la Catedral, el Cabildo y el Palacio de gobierno, la Famosa Casa rosada. Y ahí fuimos nosotros también, de mirones, filmando y tomando fotos de una marcha de carácter familiar que tenía mucho de festivo.
Pero en la plaza de Mayo, luego de un rato de ritmo de cacerolas y cánticos, se acabó la diversión, porque llegó un grupo de piqueteros (golpeadores profesionales al servicio del gobierno de los Kirchner) y los muy puñeteros comenzaron a romper madres. No porque estuvieran presentes las famosas madres de la palza de Mayo, sino porque soltaron mandobles y puñetazos a diestra y siniestra contra los pacíficos ciudadanos que cívicamente se manifestaban. Y la policía, parecía la del DF: tras las rejas y escudos protectores nada más miraba como se madreaban a la gente. Por fortuna, para ese momento ya me encontraba en el hotel con mis hijos. Y así, la moraleja de ese día fue que la vida es un tango y como dice Cambalache: la vida (política) es y será una porquería en el 2001 como en el 2008.
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