Remedio chino
Imaginé a ese ejército de burócratas esperando el microbús o el ‘rickshaw’ para ir a su trabajo bajo un sol de rigor, subir cuatro pisos (o los que sean) a patita para llegar sudando a su oficina a echarse aire con un abanico, la corbata con el nudo aflojado, la camisa desfajada, en el caso de los hombres, el rimel corrido y el peinado descompuesto, en el de las mujeres.
La iniciativa no era voluntaria, sino una orden del mismísimo Consejo de Estado (el poder Ejecutivo) para predicar con el ejemplo dentro de la semana destinada a ahorrar energía en el país.
Según el periódico ‘China Daily’, citado por EFE, los siete millones de funcionarios chinos consumen el 5% de la energía eléctrica del país, lo que equivale a la demanda de de 780 millones de campesinos. Una de dos, o los funcionaros chinos despilfarran la energía a borbotones o los campesinos chinos consumen muy poco. Me inclino a pensar lo segundo.
Además del chiste, el despacho noticioso me hizo recordar mis años de burócrata de lujo como asesor del Secretario de Comunicaciones y Transportes.
En aquella gloriosa época muchos compañeros tenían coches y chofer que destinaban discrecionalmente a su uso particular. En algún momento a mi me asignaron también un auto, pero como no tenía tiempo más que para ir a la oficina y regresar a mi casa, no tuve ocasión de abusar del presupuesto Federal. Lo común no era eso, sino la rebatinga por los coches para agandallarse una segunda unidad para que la usara la esposa, o tener chofer para que fuera a recoger a los niños a la escuela e hiciera los recados. Para consumo personal, pues. Algo así como ‘Nico’ pero con salario mínimo. Porque hasta eso salían baratos los choferes.
El aire acondicionado no voy a decir que fuera un lujo y elevador no hacía falta, porque el edificio donde está el secretario y la coordinación de asesores es de dos plantas.
Pero en lo que sí había un desperdicio inmenso de electricidad, como en todas la oficinas de gobierno, era en la luz. Como en las celdas de los condenados a muerte, nadie apagaba nunca la luz. Hubo intentos para racionalizar el consumo, pero como partían de un supuesto irracional nunca se cumplieron. Una disposición decía que todo el mundo tenía que salir a las 5 de la tarde, como los toros del burladero, pero ignoraba un principio de realidad elemental: en el gobierno nadie se va hasta que sale el jefe, quien se queda hasta que su jefe no se va y así hasta llegar al secretario, quien seguro se queda hasta que le avisan que el presidente ya se retiró.
Estaría bueno aplicar aquí el remedio chino, ¿no creen?
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